viernes, 2 de enero de 2009

Sin título

Mirá, todo el lenguaje, sólo para vos y para mí. Agazapado y a la espera. Todo el idioma, bien armadito y presentado, organizado como una ciencia triste, gritando y pujando por volver a ser el medio de supervivencia para que fue ideado. Engalanado con sus puntos y sus comas, que en el aire son silencios, y sus tildes y sus agudas, graves y esdrújulas, en la forma de pequeños nudos en el aliento revestidos de alguna que otra música con métrica de necesidad; y sus espurios dialectos, inventados para dividir a los hombres. Las haches, que nunca han existido y nunca nos han visitado, firmes sobre sus piernas, abrazadas a sus vocales para poder seguir viviendo en ese aséptico y nada fecundo ámbito académico al que fueron confinadas.

Tan precioso, tan amado, tan necesario. Tan inabarcable, tan complejo, tan pulcro. Tan tuyo y tan mío. Y sin embargo ahí te espera -hoy te espera sólo a vos-, con el mentón entre sus manos, triste y solitario, sollozando. Ahí te espera para que lo tomes, y lo saques de su cárcel. Para que te lo lleves a tu casa, a tu pieza, o a tu escritorio o biblioteca, y allí, en una noche de mareo existencial y lucidez divina, lo tomes por las astas. Lo acaricies y lo mires, seduciéndolo, como si te excitaras al saber lo que vas a hacer con él. Para que lo beses, lo hagas tuyo. Muy, muy tuyo.

Y ahí tenerlo, cautivado y sosegado, por unos instantes. Hasta que sientas que estás lista, sabiendo, teniendo muy presente, que no habrá marcha atrás. Ni para vos ni para mí. Y así, cuando se haya dormido con una sonrisa -como es de costumbre en estas solemnes ocasiones-, le asestes un golpe letal en el pecho. Le arranques el corazón y lo muerdas, y lo saborees. Para que lo agarres del pellejo, y lo estires hasta romperlo, hasta que se desangre, hasta que se desgarre. Tomarle las vísceras y desparramarlas por toda la habitación, pintarte la cara y el cuerpo con su tinta escarlata, y escupirlo, denigrarlo, patearlo y golpearlo. Lamerlo, morderlo, y besarlo por última vez -que como última, también es primera de otras tantas que desconocemos-.

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